"TENGO GANAS DE HACERME UN TATUAJE QUE DIGA 'GRACIAS"

Dady Brieva charló con Teté Coustarot para el Semanario Democracia, a seis meses de volver a ser papá junto a su mujer, Mariela Anchipi. A los 55 años se confesó: "La vida me dio todo, conmigo no se cumplió eso de que Dios te da pero también te quita". Imperdible.



La felicidad de Dady Brieva brota en cada sílaba que pronuncia. Teté Coustarot lo entrevistó para elSemanario Democracia en uno de los mejores momentos de su vida: a seis meses de ser papá por cuarta vez y con un presente laboral más que exitoso.
El mismo reconoce: “Yo no tengo tatuajes, pero estoy pensando en hacerme uno que diga Gracias”.Este momento de plenitud se nota arriba del escenario, donde brilla con sus monólogos que bien valen para asignarle el mote del “Luis Landriscina del 2012”. “Soy una mezcla de Pilar Sordo con Claudio María Domínguez”, bromea, pero al mismo tiempo reconoce que con la profundidad de sus guiones logra desarrollar un vínculo muy fuerte con el público.
Sobre cómo adquirió este nuevo perfil, confiesa que realizó un trabajo muy importante sobre su persona. “Pude destapar ollas”, dice, y advierte: “No me creo un gurú como algunos dicen que soy”.
Dady recibió a “Democracia” en la intimidad del hogar que formó con Mariela Anchipi, la bailarina y coach de ShowMatch.
–Te has convertido en un filósofo. Te convocan a los programas para hablar de los hombres…
(Interrumpe) –Soy una mezcla de Pilar Sordo con Claudio María Domínguez (risas).
–No todos los hombres tienen esa sinceridad para hablar de lo que les pasa.
–Ojo, yo no me creo nada. Me dicen que soy el gurú, que soy esto, lo otro… pero yo no me la creo. Yo laburé sobre mi persona y destapé ollas; hice todos los deberes que tenía que hacer.
–Sos como el Landriscina del 2012, vas a los detalles.
–Eso lo uso mucho en mis trabajos. Lo que cuento no tiene registros, no ha quedado documentado. Por ejemplo, no recuerdo la voz de mi papá porque no está grabada. La gente perdió el ejercicio de la memoria y, cuando van a mis shows, empiezan a recordar. ¿Viste cuando te acostumbrás a usar agenda? Bueno, antes por ahí te acordabas del número de mi casa, pero en cuanto empezaste a usarla no te acordás ni del de tu hijo.
–Siempre fuiste de raspar más. ¿Eras así de chiquito? ¿Te preocupaba lo que hablaban los grandes?
–Siempre me llamaron la atención todo ese tipo de cosas. Te puedo describir qué hacía cada uno a las 12 de la noche, lo tengo todo grabado. A lo mejor no era la visión correcta por la edad; que de chico haya notado que mis viejos se llevaban mal no quiere decir que realmente fuera así, se trataba de lo que yo veía. Por ejemplo, cuando todos nos íbamos a dormir mi viejo agarraba un Particulares y miraba el techo. Se quedaba un rato largo mientras terminaba su vaso de vino y con mamá comentábamos: “¿Qué pensará?”. A lo mejor no pensaba un sorete, pero a mí me gusta el hecho de que todo aquello no me haya pasado por encima.
–¿Sentís que estás en un momento de plenitud?
–Yo no tengo tatuajes, pero tengo ganas de hacerme uno que diga “gracias”. Incluso conmigo no se cumplió eso de que Dios te da pero también te quita. Me costó mucho entender que no tiene por qué venir algo malo cuando te pasan cosas buenas. Ahora estoy disfrutando. Creo que estoy más femenino.
–¿Por qué?
–Creo que mi femenino interior viene, de alguna manera, a dilatar. Es una manera de relajarse. Nosotros, los Hadad, los Tinelli… todos tienen la cabeza a mil y el corazón como una cubetera. De golpe tienen la cabeza que va a la universidad y el corazón en primer grado. Algunos siguen hasta la muerte así, pero a otros el corazón les dice: “¿Y, para cuándo hacemos la sociedad? Estamos en una misma persona”.
–En general esas preguntas surgen con alguna enfermedad. Te tiene que pasar algo para que pares.
–Claro, te tiene que pasar algo malo o te tenés que enamorar, porque para nosotros los hombres eso es algo malo. Te lo juro por mis hijos. Me pasó que, cuando me volví a enamorar, me pregunté por qué me tenía que pasar a mí. Lo que te estoy diciendo, Teté, lo piensan un 80 por ciento de los hombres de mi edad.
–Estás haciendo un espectáculo donde estás solo en un escenario. Eso habla de una seguridad absoluta, ¿no?
–Es difícil igual. Se trata de subir y permitirte jugar, dejar que fluya. Al principio se puede sentir que no lo estás haciendo bien, pero con el tiempo conseguís que todo te chupe un huevo, pero al mismo tiempo no te chupa un huevo. Siempre tenés una base en donde manejarte, algo establecido, pero lo bueno es encontrar huecos donde innovar. Ese es el momento de esplendor, de orgasmo total. Es jodido lograrlo, se tienen que dar varias cosas.
–Te vi acompañando los restos de Perón cuando lo llevaron a San Vicente. Contame sobre ese día.
–Eso fue maravilloso. El traslado fue con una cureña desde la CGT, en calle Azopardo, hasta San Vicente. Recuerdo que arriba estuvo el famoso sargento que enfocaron llorando cuando murió. Cambiaron mucho los manuales en el sindicalismo desde aquel tiempo a esta parte; antes, la primera línea de los que eran culatas daba la vida. Hoy son barrabravas, es otra cosa. Cuando llego me recibe un hombre y lo primero que hace es señalarme a un tipo al costado que estuvo con Rucci; le decían “Ferretería” porque tenía muchos tiros adentro. Resulta que los que habían dado la vida estaban a un costadito y la gente nueva manejaba todo y te ninguneaba. Vi cuadros peronistas importantísimos haciendo la cola atrás de la soguita, entre ellos un ex gobernador. Me dio mucha vergüenza eso. Cuando pude entrar al edificio me recibió un tipo de un gremio que me quiso llevar al cuarto piso donde estaban todos, pero yo quería ir adonde estaba el general. Habían puesto el féretro con la cureña en el garaje; había una cámara de Crónica, recuerdo. Cuando me puse al lado me largué a llorar como un chico. “Mirá si me viera mi viejo”, pensaba. El había estado en la revolución y no lo había visto nunca pasar ni a 10 cuadras. Además, cuando mi papá murió yo estaba en Miami trabajando con Susana, así que no lo pude despedir; cuando llegué estaba enterrado. Bueno, ese día sentí que lo despedía a mi viejo. Me hicieron acompañar la cureña como si fuera un soldado de Perón; esa cuadra yo digo que la volé.
La entrevista completa la podés leer en la edición impresa del Semanario Democracia que ya está en todos los kioscos.

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