"SI NO SALGO DE GIRA, ENVEJEZCO"

Patricia Sosa habló con Teté Coustarot para el Semanario Democracia dónde anticipó lo que será su show del 14 de junio en el Luna Park que hará un recorrido a lo largo de sus 30 años de trayectoria. En charla de mujeres se refirieron a su música, sus inicios, su familia y la fundación que lidera en Chaco.



Con todo listo para su recital del 14 de junio en el Luna Park, Patricia Sosa dialogó con Teté Coustarot para el Semanario Democracia sobre este evento, nada menos que un recorrido a lo largo de sus 30 años de trayectoria.
Desde que sorprendió a todos siendo la primera mujer en liderar una banda de rock (La Torre), hasta que se transformó en una de las solistas más importantes de América Latina. “Cuando subía al escenario con La Torre todo el mundo se sorprendía, no solo por que era mujer, sino porque me ponía la pollera más corta que encontraba; me encantaba provocar”, cuenta sobre aquella época, pero su desafío pasaba por otro lado: “A mí no me importaba lo que tuviera puesto, yo sabía que mi voz iba a ganar; al cuarto o quinto tema ya dejaban de mirarme y solo escuchaban”.
Con la energía que siempre la caracterizó, Patricia sigue conservando el mismo perfil de aquella adolescente que soñaba con cantar. “Si no salgo de gira, envejezco”, confiesa. ¿Un deseo? Llegar al final de su vida conservando esas mismas ganas de subirse a un escenario.
–¿Cuándo vas a poner la fábrica de botas?
–Ya le busqué el nombre y todo, se va a llamar PS, Paso Seguro. ¿No está bárbaro? Es para caminar firmemente en la vida. El otro día me llamó una persona que fabrica calzados y me quería regalar uno. Es el amigo de un amigo y ya hablé con él para verlas porque las quiere insertar en el mercado. Vos ya lo sabés, yo tengo un placard lleno de botas, no uso zapatos.
–Cuando una ve a alguien que canta tan maravillosamente, se pregunta qué pasaba en su casa en la infancia. ¿Cantabas desde chiquita?
–Mi familia era muy musical. Mi mamá y sus seis hermanos cantaban en las fiestas y alegraban a todo el mundo. A los cuatro años uno de mis tíos me regaló la primera guitarra, con la que me enseñó a tocar “Yo vendo unos ojos negros” y “Sapo cancionero”. Me iba al zaguán de la casa y gritaba como una loca, hasta los vecinos me escuchaban y se quejaban con mi mamá porque no podían dormir la siesta.
–¿Te pasaban cosas desde ese momento cuando cantabas?
–Me gustaba porque llamaba la atención, disfrutaba del clima que se generaba cuando me ponía a cantar. Todos los que venían hablaban sobre la nena hermosa que cantaba y yo me ponía sería, me hacía la linda. A esa edad me pusieron en el coro del Sagrado Corazón de Jesús, que quedaba enfrente de mi casa. Recuerdo que el padre Arce me pedía que cantara más despacito para que se escucharan los demás nenes, pero yo no le daba bolilla, así que me terminaba mandando a repartir estampitas. Ese sacerdote fue el que me casó.
–¡Qué linda historia!
–Sí, lo pedí yo especialmente. En mi primera adolescencia iba mucho al cine de la parroquia con mis amigas del barrio, y el padre me invitaba siempre a cantar con el coro de los adolescentes. Pasó el tiempo, Arce envejeció y quedó como párroco Armitrano, que era muy severo. Nosotros no queríamos ni pasar por la iglesia porque nos retaba siempre por el escote, por la pollera, por el pelo, etc.
–Claro: vos, rockera desde que naciste.
–Totalmente. Cuando me iba a casar fui a hablar con él para que me casara Arce, y me contestó: “Vos siempre con tus locuras; el padre Arce está retirado, ya no casa, está para que lo cuidemos”. Llega el día del casamiento, marcha nupcial, y cuando voy entrando con mi papá veo que Armitrano y otra persona levantan a un viejito de un sillón: era Arce. De solo recordarlo se me pone la piel de gallina, porque caminaba despacito, mientras yo en un mar de lágrimas le agradecía por la molestia, y él me dijo: “Cómo no te iba a casar”.
–Tenés historias muy fuertes espiritualmente. Debés tener algún tipo de conexión con muy fuerte con los demás. Tu historia con los qom en el Impenetrable del Chaco es impresionante.
 –Siempre creí que hay alguien digitando desde arriba, tejiendo redes para que unos se encuentren con otros y que el motivo sea ayudar al tercero. Hace tiempo recibí una carta en Córdoba, metida en un sobre rojo y escrita en un idioma extraño. Le pedí a mi manager que la guardara porque en ese momento creí que estaba escrita en ruso y que se debía tratar de alguien que me conoce de las giras por allá. Pasaron los días y cuando me pongo a ver la carta no era ruso, era idioma qom. Hablaba sobre una comunidad de unas 200 y pico de personas que a lo largo de esa semana se habían sentido morir porque les faltó el alimento, tenían dos adolescentes que habían intentado suicidarse y dos niños que ya habían muerto. Ese día decidieron hacer el ritual de fuego en el medio de la selva y la oscuridad, que realmente es impenetrable. Para ellos el fuego es un dios muy poderoso que se toca en última instancia, porque si no todo lo que pedís se te puede volver en contra. Por eso siempre es mejor no molestarlo, pero ya no quedaban alternativas, estaban desesperados. Cuando ya estaba bien entrada la noche armaron la hoguera, toda la comunidad se sentó alrededor a rezar, y en el medio de la oración pasó una camioneta y se escuchó “Y te amaré”. Aclaro que por ahí nunca pasa nadie, menos autos. A eso lo tomaron como una señal; les estaban diciendo que alguien los iba a amar.
–Ellos no te conocían...
–Claro, por eso enseguida fueron al pueblo a averiguar de quién se trataba. Llegaron al disco, lo escucharon y reconocieron la voz. Esa misma persona que les hizo escuchar el tema los llevó a un colegio donde averiguaron que mi siguiente show era en Córdoba en un mes. Desde ese momento se dedicaron a juntar dinero en la ruta y consiguieron para el pasaje de ida de una sola mujer. Esa fue la que me dejó el sobre en la boletería con el remitente de una iglesia. Llamé por teléfono sorprendida de que mi voz se metiera por lugares que nunca había imaginado, y la persona que me atendió me comunicó con ella como si fuera algo normal. Yo le pregunté acerca de una india que supuestamente me estaba esperando. Cuando me atendió le pregunté qué hubiera pasado si la carta se perdía o yo no llamaba. Se rió y me dijo: “Pero no, si era de Dios”.
–¿Qué sentiste?
 –Una sensación muy extraña. Tuve que cortar y decirle que la llamaba al otro día. Tuve que cortar porque en ese momento no lo pude procesar, yo también estaba sabiendo que era de Dios. Me enojé, sentí desasosiego, vértigo, todo junto. Pensaba que yo había logrado todo lo que quería, que tenía una familia, que me ocupaba de cosas solidarias. ¿Qué era esa prueba? Antes de llamarla otra vez conté la experiencia en mi página de Internet y la gente me pedía que la ayudara, que no la abandonara. La llamé y me dijo que ya se quería volver a su pueblo, que había juntado algo de alimentos para llevar por la gente de la iglesia, pero que el dueño de una camionetita le pedía mil pesos para llevarla hasta allá. En ese momento creí que me quería afanar guita, pero lo pensé inconscientemente para no ver lo que tenía que ver. Enseguida actualicé la situación en la página, donde siempre entra gente con la misma sensibilidad que yo, y me empezaron a insistir con que la ayudara. Al otro día me llamó Oscar (Mediavilla) para preguntarme si estaba juntando plata por Internet, porque su secretaria no paraba de bajar a atender a gente que traía plata para la india. Llegamos a juntar en 24 horas más de 4 mil pesos.
–Y viajaste.
–Sí, sentí que tenía que ir, que mucha gente me creía, me apoyaba. Allá me enteré de una realidad tremenda que después me tocó ver e hice un pacto con ella, casi sin hablar. Las dos sabíamos que yo iba a ir a conocer su comunidad. Cuando volví de la reunión escribí lo que pasó en la página y enseguida se comenzó a sumar gente, pero también alguien clave: el padre Sauro, párroco de la iglesia de Pompeya y que manejaba Cáritas. A los tres meses viajé con tres camiones y 29 voluntarios entre los que había médicos también. De esto ya hace cinco años, acabo de ver unas fotos que me mandaron del último comedor que hicimos.
–Disfrutás el cantar...
–Mucho. Muchos músicos, y actores también, no se miran, no se escuchan. No les gusta. Yo me pregunto, ¿para qué cantan?, porque ante todo hay que cantar para uno mismo.
–Estás preparando el Luna Park, que va a ser espectacular.
–Parece que sí, va a ser explosivo. Estamos preparando todo un soporte visual grandioso, con gente de Toma Virtual. Cada tema va a ser como un clip; el director interpreta mis canciones de una manera poco obvia; me está devolviendo cosas que yo no había incorporado. Me abre otro canal de expresión. Pasa que yo pretendo que la gente se vaya de mis recitales con algo más que música. Bajo línea, intento que cada persona tome conciencia de lo responsable que es para poder cambiar este mundo. Me parece fundamental. En cuanto al repertorio, es muy extenso porque no estoy presentando un disco, sino que se trata de un repaso por toda mi carrera. Mi último disco fue “Patricia Sosa desde La Torre”, que es un homenaje. La Torre, que parecía estar separada de mi carrera como solista, ahora está.
–¿Qué porcentaje de tus temas escribís vos?
–Te diría que un 90 por ciento. “Aprender a volar”, “Endúlzame los oídos”, son clásicos en mi repertorio que escribí yo; lo hice en el tiempo que dura la canción, aprovechando que baja la musa inspiradora. No corregí ni una palabra. Hay temas en los que das vueltas, pero con estos no me pasó.
–¿Componés letra y música?
–A veces así, otras me junto con mi amigo Daniel Vilá, con quien armamos las obras de teatro. Juntos hacemos muchas cosas, incluso canciones que salen cuando estamos haciendo una obra. Componía mucho con Oscar, pero él ya no quiere más. Solo produce.
–La tuya con Oscar es una historia hermosa.
–Lo conocí cuando tenía 16 años, cuando usaba pelo largo, pantalones bombilla, botas con taco y la guitarra al hombro. Me volví loca.
–Han recorrido un camino bárbaro, con un momento de separación que habrán sabido aprovechar para volver a encontrarse. Ustedes no viven juntos, ¿no?
–No, desde 1996. Y te digo: estamos en el mejor momento de nuestras vidas, todos los días es el mejor momento. Nos redescubrimos, más allá de que nos amamos mucho; nos valorizamos. Nos admiramos mutuamente, yo a él como productor y él a mí como artista. Los dos sabemos que tenemos una familia sólida, donde cada uno es el refugio del otro, no es un escondite. Los dos sabemos que a la noche tenemos un hombro donde apoyar la cabeza y decir: “Estoy en mi casa”. Es una tranquilidad. Nos conocemos mucho, sabemos cuál es el momento para irse cada uno a su casa. Respetamos mucho la privacidad del otro.
–¿Tu hija?
–Marta está fantástica. Es actriz y va a cantar conmigo en el teatro porque se lo rogué. Está haciendo en calle Corrientes una obra que se llama “El hijo del fin del mundo”; le va muy bien y está muy contenta. Estudia teatro, clown, neutro, doblaje. Siempre está preparada para todo.
–Me encantaba verte como jurado también. Parecía que por tu cara pasaba todo, me impresionaba cada movimiento de ceja, de ojo. Se sabía lo que te estaba pasando. Además, a través de la pantalla uno se daba cuenta de que te importaba.
–Claro que sí. El “Soñando por cantar” no es un reality más, acá canta el pueblo. Cuando canta el pueblo hay que hacer reverencias, debemos ser muy respetuosos. Se trata de un tipo que se viene a caballo para hacer un casting, o de otro que terminó de arar el campo y llega con su sombrero. De alguien que hace malambo y quiere cantar. O sea: ante todo, respeto. Uno a veces no toma conciencia del pudor que tiene que vencer para plantarse en ese escenario que te deslumbra. He escuchado cantantes tan buenos que entendí que lo que nos diferencia es solo una oportunidad. La verdad, me encanta estar ahí.
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