¿Por qué Dady no le rindió a Susana?

Dady Brieva, su esposa Mariela “Chipi” Anchipi y sus dos hijos más pequeños, Felipe (dos años y medio) y Rosario (dos meses), estuvieron anoche en el living de Susana Giménez (Telefe). No fueron a invitados a propósito de ningún escandalete. No había resolución judicial alguna que les impidiera hablar de algo en particular o mostrar a sus hijos en cámara. Tampoco se dedicaron a escandalizar ni a exhibir riquezas materiales. Simplemente, contaron —con los infaltables toques de humor de Dady, claro— que son felices. Y esa declaración de felicidad, a Susana no le rindió. O le rindió menos que otras entrevistas en el minuto a minuto del rating. Lo intentaron con diversos recursos: el tape del casamiento de Dady y Chipi, la explicación de cómo él le pidió matrimonio después de mucho pensarlo, las anécdotas de la luna de miel en la que fueron visitados por varios parientes, la confesión de cómo se las arreglan para tener sexo ahora que los niños les demandan atención constante. Después, probaron con una insólita competencia entre Susana y Dady: jugaron a ver quién le cambiaba más rápido los pañales a unos muñecos. Pero no hubo caso: el segmento no resultaba entretenido.


En un momento dado de la charla, Dady tiró el chiste: “Si esto llega a medir, ya no entiendo más nada de televisión”. Yo, que admito haberme aburrido con la entrevista, al escucharlo decir eso, me puse a pensar por qué no me atraía lo que estaba mirando: un hombre que aseguraba: “La realidad ha superado mis sueños. Soy feliz”. Un humorista que, sin dejar de hacer bromas, también contaba lo que es serio y cierto en su mundo privado: que vive en armonía con su familia. La felicidad no es poca cosa, me dije. Más aún, es la ambición compartida por todos los humanos. ¿Qué pasa, entonces, que la felicidad expresada en la TV no imanta nuestra atención de espectadores?

Tratando de responderme esa pregunta, recordé lo que me había explicado en una entrevista, años atrás, el antropólogo Marc Augé. En el capítulo que escribió para un libro colectivo donde se analizaba el impacto global provocado por la muerte de Lady Di —“Diana Crash”, se titula la obra—, Marc Augé había destacado una frase de Stendhal (1783-1842): “La gente feliz no tiene historia”. Esa afirmación me había impactado, mucho. Y me había hecho pensar en la atracción que generan las entrevistas televisivas en las que alguien cuenta sus desgracias, tristezas o problemas. Cuando estuve frente a Augé, le consulté sobre el asunto. Y él me explicó que, efectivamente, la infelicidad es mejor narradora que la dicha. Y que la tele no escapa a las generales de esa ley. “Eso viene de la tradición —me dijo—. Tanto en las religiones como en los movimientos proféticos o en las sectas, lo que hace que la gente se acerque a ellas, y que hable, es la infelicidad. La confesión es la primera forma de la narración literaria. Cuando somos felices, ya no tenemos nada más que decir”. Luego, el prestigioso antropólogo francés se remontó en el tiempo: “Ya lo había advertido Platón —me hizo notar—: la infelicidad es conversadora. Cabe aclarar que eso no es siempre así y que tampoco se aplica a todos los tipos de infelicidad. Pero, como regla general, la infelicidad es más charlatana que la felicidad, porque en la desgracia uno tiende a buscar alivio. Hablar es buscar a Otro, establecer un mínimo de relación”.

Quizás todo eso explique algo de lo que sucedió anoche en el living de Susana. En la vida real, un amigo, pariente o vecino que nos confiesa ser feliz es para cualquiera de nosotros un motivo de alegría, porque se trata de gente a la que apreciamos personalmente, gente que forma parte de nuestra propia biografía. Pero esa misma escena trasladada a la TV pierde atractivo, porque en la tele buscamos un relato. Y como bien explica Augé, quien es feliz ya no tiene nada más para decir al respecto. Tal vez por eso, Susana casi no hizo preguntas. Obviamente, expresó su regocijo ante las bendiciones que la vida le está deparando a Dady y los suyos. Del otro lado de la pantalla, uno también se sentía satisfecho de saber que el destino está siendo generoso con un actor cuya carrera seguimos desde hace tantos años. Pero, dicho eso, ya no había más relato. Y lo que esperamos de la tele —no sólo en la ficción sino también en las entrevistas— es que nos cuente una historia. A mi modo de ver, lo que  anoche en el living de Susana es que faltó una historia.

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