"SOY UN VIEJO FELIZ"

Oscar González Oro charló con Teté Coustarot para el Semanario Democracia donde contó que está en una etapa de su vida en la cual siente “mucha paz y tranquilidad de espíritu” y se permite hacer lo que más le gusta. El conductor de "El Oro y el moro" por Radio 10 confesó:"Disfruto mucho de lo que hago".



Visiblemente tranquilo y relajado durante unas mini vacaciones en Punta del Este, Teté Coustarot entrevistó a Oscar González Oro para el Semanario Democracia.
Confiesa que está en una etapa de su vida en la cual siente “mucha paz y tranquilidad de espíritu” y se permite hacer lo que más le gusta, además de la conducción. Cuidar árboles y plantas, construir y decorar casas, escribir, tocar el piano, son algunas de las cosas que lo hacen “un viejo feliz”, como él mismo admite.
 “Yo no soy un comunicador de radio todo el día; soy amigo, enemigo, padre, hijo. Tengo cuatro horas de radio y 18 más para resolver mi vida”, cuenta. Hace 15 años que lidera las mañanas radiales con “El Oro y el moro”, franja horaria que muchos años compartió con Marcelo Longobardi, ahora en Mitre.“Lo extraño muchísimo, pero no hablo con él desde que empezó su nueva etapa”, dice.
Si bien niega cualquier tipo de enojo o distanciamiento, Oscar entiende que ambos continuaron por caminos diferentes. El suyo ahora coincide con el de Chiche Gelblung, y confiesa: “Me estoy adaptando a alguien distinto, ni mejor ni peor”.
–Si no tuvieras un programa de radio, ¿qué te gustaría hacer en la vida?
–Me gustaría escribir. De hecho estoy preparando lugarcitos en mi casa para hacerlo. Ya empecé a escribir algo y quisiera volver a sacar un libro, seguir estudiando piano, cosa que me fascina y me da mucha envidia cuando veo a mi hijo o a algún otro pianista. También quisiera viajar, no mucho pero sí un poco más de lo que lo hago ahora.
–Pensé que me ibas a decir que te gustaría armar casas, por ejemplo.
 –Eso también, sin dudas. Hoy, mientras caminaba y veía casitas, pensaba en cómo podía reformarlas.
–Tenés un don para eso, y mucha gente no lo sabe porque conocen solo una faceta tuya.
–Es que uno no es una sola cosa, hay un montón de cosas. Yo no soy un comunicador de radio todo el día: soy amigo, enemigo, padre, hijo. Tengo cuatro horas de radio y 18 más para resolver mi vida.
–¿Te da sensación de miedo el futuro?
–Para nada. Para mí el futuro es hoy y lo estoy disfrutando, gozando. Hace poco fui a ver a mi hijo y le dije una frase que me gustó y la repito: “Siempre pensé que en la vida uno tendría que tener una juventud feliz, pero no es así”. La juventud está para pelearla, para fracasar, para hacer las cosas mal o bien, para caer y levantarse. Lo que uno debe pretender es tener una vejez feliz, y yo la estoy teniendo.
–No sé si es vejez...
–Tengo 61 años, tampoco es juventud. Estoy en una etapa en la cual me considero un señor grande y estoy viviendo con una tranquilidad de espíritu y mucha paz. Por otro lado, hago lo que me gusta y encima me pagan, me miman.
–Tiene sentido lo que decís porque lo que estás viviendo ahora tiene que ver con todo lo que fuiste fabricando.
Sí. Dijiste fabricar, y a mí me gusta eso; me gusta construir. El otro día vi una casa en San Isidro, Sergio la fue a ver, le sacó una foto y estamos pensando en comprarla para reformarla y venderla. Es como un hobby: si ganás plata está bien; si no, no importa.
–¿Con quién vivías en la infancia?
–Con mi mamá, mi papá, mis hermanos, mi abuelas, mis primos, mi tía. Tenía una casa enorme.
–Por eso te gusta tanto la gente.
–Me gusta la gente, me gusta la familia que no tengo, porque es verdad, no tengo una familia grande, pero me gustaría tenerla. Sería muy feliz los domingos con una mesa enorme llena de hijos, nietos. Dios no me lo dio, me dio un hijo al cual amo y me ama, que vive muy lejos, en Londres. Lo que hago es ir armando familias alternativas.
–Eras chiquito cuando te viniste a Buenos Aires.
–Tenía 11 años.
–¿Tenés recuerdos de la llegada?
–Sí, horribles. Fue en un mes de junio con un frío espantoso, una ciudad con una humedad que no conocía, un retiro que era una inmundicia: gris, sucio, llegado en un tren que demoraba un día. Salimos de la estación caminando, cargando valijas... una depresión enorme. Recuerdo que los primeros cuatro años la pasé mal en serio, no soportaba la ciudad, extrañaba a mi abuela, extrañaba Mendoza; estaba recluido y solo salía de mi casa para ir al colegio. La cosa cambió cuando empecé el secundario en el Mariano Moreno, que era más parecido a una cárcel, pero por lo divertido. Yo iba al colegio con fiebre porque no quería faltar por miedo a perderme algo. La verdad, me cambió la vida. Todavía recuerdo a mi profesora de literatura, Soraida Imás de Villorú, una señora que enseñaba por vocación, porque estaba en una muy buena posición económica y lo sigue estando. La amo, ella me enseñó a leer bien, y un día la nombré en la radio y apareció; me puse a llorar cuando la vi.
–Y cuando te empezaste a amigar con Buenos Aires empezaste a disfrutarla. Sos un gran disfrutador de las cosas.
–Claro que sí. Empecé a recorrerla con un mapa, no había GPS ni nada. Un día me levantaba, miraba el mapa y me proponía recorrer Villa Urquiza, lo mismo con Devoto, Palermo. Con Víctor Sueiro competíamos: nos preguntábamos qué había en determinada esquina y yo siempre acertaba, conocía todo y él se enojaba.
–A Víctor lo conociste en Pinamar. ¿Cómo llegaste ahí?
Todo en mi vida es casualidad. Había terminado de trabajar con Facundo Suárez Lastra, que era intendente de Buenos Aires. Cuando muere Saguier asume Facundo y me convoca por ser mendocino. Entré a la secretaría general y estuve hasta que llegó Carlos Grosso, ya con Menem. A las tres de la mañana, sacando cosas del despacho, Facundo me pregunta: “¿Qué querés?”. Le dije que quería un auto que me llevara a Pinamar. Cuando llegué me encontré con un amigo que me ofreció hacer radio, así fue que empecé y nunca más dejé. El primer programa fue “Usted, nosotros y la noche”, que duraba lo que a mí se me daba la gana, como Verónica Castro.
–Todo el mundo te recuerda allá.
–La gente moría. Para competir conmigo empezaron a llevar a Badía, Pergolini, Lalo Mir, Lani Hanglin, que eran monstruos. Estaba durante el invierno allá y no la pasaba para nada mal; tenía una barra de amigos y comía asado todos los días. A la tarde empezaba a ver la música para la noche y me iba a la radio; así estuve cuatro años hasta que me descubrió Del Plata, donde hice la noche durante seis años.
–En un momento empezaste a elaborar un personaje con acceso a quien se te ocurriera. ¿Ahí sentiste que la radio era tu lugar?
–Creo que la radio me eligió a mí, no yo a la radio. Siempre lo creí así y lo sostengo hoy en día. La radio es mi lugar, no así la tele, aunque haya hecho bastante. La televisión no es algo que me apasione; a la radio voy de buen humor y me voy satisfecho, a veces me critico cuando algo no me gusta, pero normalmente me voy muy contento.
–No sé quién decía que la tele es como una amante esquiva.
–Hay un dato que vos vas a entender: en la radio tu primer referente lo tenés a un metro y es el operador. Si llorás, el llora; si reís, el ríe. El control de un canal está a cien metros del estudio; a su vez, es un griterío constante, nadie sabe lo que estás diciendo, nadie presta atención. Vos podés estar gritando que te morís y el control no se enteró de nada. El operador de radio siempre está pendiente, sobre todo los buenos. Yo tengo uno que es un genio, Bruno Botones.
–¿Soñaste con lo que te pasa en Radio 10?
–Recuerdo que mi primera nota en la 10 fue con el gobernador de las Islas Malvinas, un británico que hablaba castellano. Fue muy fuerte porque en el control estaban Daniel Hadad, Pagano y yo en el estudio hablando con esta persona en torno a un tema para nada menor. Cuando lo presenté y lo saludé al aire, la costumbre hizo que casi dijera Del Plata, pero enseguida corregí. Esto fue el 4 de enero de 1999 y ya me estaba dando cuenta del poder que iba a tener esa radio, porque nos metimos con un tema muy complicado que era la mafia de los taxis. Tuve la mayor manifestación en mi contra, en las puertas de la radio, de taxistas que me querían matar. Recuerdo que pude salir recién a las 5 de la tarde por un techo de la casa de al lado. Nos quemaron un móvil también; fue un escándalo enorme y tapa de todos los diarios.
–¿Esa voz qué tenés de dónde viene?
–Tengo la voz parecida a la de un tío mío que era locutor.
–Tenés una cadencia y una música muy especial.
–El mejor halago me lo ha hecho un productor muy famoso en Miami, Roberto Livis, y fue: “Usted tiene la voz más honesta de América Latina”. Me conmovió semejante piropo de un tipo con el oído de Roberto. Me encantó.
–Otra virtud es cómo trasladás a la radio esas bromas que tanto te caracterizan en la vida cotidiana. Podés salir de un clima tenso enseguida con ese recurso.
–También cantando. A los estudiantes de locución que me se me acercan a pedir consejos, lo primero que les digo es que deben ser en la radio como son en la vida real. No se trata de impostar la voz o buscar palabras difíciles; si tenés que decir carajo, decí carajo si es que se justifica usar esa palabra. Hay que ser lo más natural posible. En la radio quizás soy más divertido que en la vida porque tengo la obligación de ser divertido, no puedo estar todo el día cantando.
–Incluso en la calle te gritan por tu apodo: Negro o Negrito. Eso te da una familiaridad que suma mucho.
–Es algo que pude lograr. Mi abuela fue una persona muy conocida en Mendoza, una docente muy importante, fundadora de cinco escuelas; muchos gobernadores fueron alumnos de ella, así que cuando pasaba por la calle la gente decía: “Ahí va el Negrito, el nieto de María Luisa”. Acá en Buenos Aires no era nadie, pero me propuse una cosa: que algún día esta ciudad me iba a decir “Chau Negrito, te quiero, no te mueras nunca”. Lo logré. Te voy a decir algo: a mí nunca me putearon en la calle, jamás. Hay gente que no puede ni siquiera salir a comer, yo puedo hacerlo donde se me dé la gana.
- ¿Tenés planes o dejás que la vida fluya?
–Dejo que fluya pero también pienso en el futuro. Pienso mientras camino, mientras estoy en casa. Soy de estar mucho en mi casa, no me gustan los eventos, los cócteles; me gustan las reuniones chiquitas.
La nota completa la encontrás en la edición impresa del Semanario Democracia que ya está en todos los kioscos.

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